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VACACIONES DE NAVIDAD


El último día de escuela ya se hacía poco, de hecho las vacaciones las daban por la mañana y por la tarde a recoger serillitos. Unas veces íbamos por la calle que baja del Granaillo, otras por la calle Escarchaculos. La vuelta solía hacerse por Los Caños con los cubos bien repletos y, ale, a casa a montar el portalito. Algún año se empezó a poner árbol en la plaza. No recuerdo cual. La primera lotería que recuerdo la escuché en una radio con caja de madera y botones para Onda Media, Onda Corta y Onda Pesquera. Ninguna me aclaraba nada, pero la que más me despistaba era la pesquera. Nunca tocó en Logrosán el gordo. Bueno, una vez, pero casi todo a gente de fuera, que trabajaba en la nuclear. En nochebuena íbamos por las casas a cantar villancicos. Cantábamos mal. Muy mal. El grupo lo formábamos cuatro. Reservo en el anonimato los otros tres nombres (hoy son ya personas respetables). La gente no se portaba mal. Siempre tuve la duda de si nos daban el aguinaldo por cantar o por acabar pronto. El fin de año lo llevábamos con discreción: … hasta que pudimos entrar en la discoteca de Tomás. Lo que hacía que las vacaciones formaran un todo eran los escaparates con juguetes: las más de las horas las pasábamos mirando el escaparate de Gabriel González, de Agustín Arroyo y, sobre todo, el de Carrasco. Esa esquina de la plaza conoció nuestras vacaciones de Navidad y nuestras ilusiones más que ninguna otra parte del pueblo. Y así hasta el día de Reyes. ¡Ah! Traicionero día de Reyes, que escondía en su vuelta de calendario el retorno a la rutina: los serillitos ya secos, el aguinaldo gastado y el escaparate de Carrasco repleto de telas estampadas. Una pena.

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